
Por Aram Cisneros Naylor, analista económico
– Diego tiene 31 años, vive en Pacora y trabaja como obrero de mantenimiento en un edificio de Marbella.
– Solo ir y venir del trabajo le cuesta $92 al mes: un porcentaje significativo de su salario. Aunque tiene empleo, se siente sin chen-chen. Quisiera tener un trabajo mucho mejor pagado y transformar su vida.
– No escribe columnas de opinión, pues no tiene el tiempo, el talento y la formación para hacerlo. Pero si pudiera, tal vez su texto se parecería a lo que leerán ustedes a continuación.
– Soy Diego. Tengo trabajo, y agradezco a Dios por ello, pero no me alcanza para vivir con dignidad. Sé que mi falta de estudios ha limitado mis opciones y cuando miro a mis hijos o a mis sobrinos, comprendo que la cosa está peor.
– Hay una pérdida silenciosa, pero brutal, que afectará su futuro durante décadas: los días de clase que han perdido.
– Entre 2020 y 2025, los estudiantes panameños han perdido unos 500 días de clases. Primero por la pandemia. Luego por el cierre de escuelas en 2022 debido a manifestaciones hechas por el alto costo de la vida y después por las absurdas protestas antimineras en 2023.
– Confío en que el presidente Mulino apoyará a esta industria necesaria para crear buenos empleos.
– Recientemente, perdimos más clases por un conflicto relacionado con la Ley 462 (reformas a la Ley Orgánica de la Caja de Seguro Social), que paralizó las aulas durante varias semanas.
– ¿El resultado? ¡Devastador! Veinte mil estudiantes repitieron el año. Veintiséis mil reprobaron al menos una materia. Treinta y seis mil entraron a programas de recuperación.
– Y mientras todo esto pasa, sigo oyendo los mismos discursos.
– Uno: “Nuestra educación atraviesa una crisis estructural que exige una transformación profunda”.
– Dos: “Meduca carece de la capacidad técnica especializada para abordar esta compleja crisis multidimensional”.
– Tres: “La educación panameña necesita una revolución estructural, que coloque al estudiante en el centro del proceso formativo”.
– Son verdades y frases lindas, pero que no cambian nada. Se quedan en el diagnóstico y la mayoría de quienes las repiten, no tienen a sus hijos en escuelas oficiales. Es muy fácil y cómodo pontificar desde el privilegio de tener a tu hijo en un colegio particular.
– Desconfío de quienes usan palabras grandilocuentes para taquillar. Prefiero reflexionar sobre una pregunta básica: ¿para qué estudiamos?
– Debe ser para mucho más que saber leyes si eres abogado, o dominar fórmulas si eres ingeniero. Eso es clave, pero no suficiente.
– También necesitamos aprender a convivir, a pensar, a cuestionar, a tener empatía. A estudiar toda la vida. A trabajar en equipo. A aportar siendo parte activa y crítica de la sociedad.
– Para personas como yo, la educación técnica de ciclo corto es crucial para cambiar nuestro destino. Se trata de programas de formación de dos años o menos, diseñados para dotar a los jóvenes de habilidades concretas, útiles, alineadas con las necesidades del mercado laboral.
– El ITSE es una de esas opciones y la voy a aprovechar. Su propósito es reducir la brecha entre lo que el mercado exige y lo que la fuerza laboral puede ofrecer. Preparan a los estudiantes para insertarse rápido y con herramientas en el mundo del trabajo: competencias reales para empleos reales.
– Aquella brecha se está agrandando. Y cada día que pasa sin actuar, hace que nuestros jóvenes de recursos económicos escasos, sean menos competitivos frente a egresados de colegios privados, muchísimo mejor preparados.
– Incluso en la reciente era de la inteligencia artificial, el ser humano sigue siendo el pivote de la productividad. ¿Cuánto nos cuesta, como país, preparar a ese ser humano?
– En el sector oficial, el gasto por estudiante varía según el nivel: $1.300 anuales en preescolar y primaria, $1.900 en premedia y media. Es una inversión que no está dando buenos resultados.
– “Es decepcionante ver que los muchachos salen de la secundaria sin saber leer, escribir y analizar. Aquí los ayudamos a recuperar, antes de que inicien con nuestra formación”, me aseguró un profesor del ITSE.
El costo de no educar bien, de no formar a tiempo, es infinitamente mayor que las cifras que mencioné y lo pagamos todos, con un país que se queda atrás, porque sin recurso humano de calidad, no recibe la inversión necesaria para crear empleos formales.
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